Resumen

Esta obra tiene como intención particular permitirnos entrar en la experiencia del ambiente que se vivía en Cracovia, gracias a la presencia de Wojtyla y de otros personajes que influyeron con su testimonio de vida santa para que los principios de la fe cristiana destellen más allá de la oscuridad comunista.

César Eduardo Bravo Díaz

Esta obra tiene como intención particular permitirnos entrar en la experiencia del ambiente que se vivía en Cracovia, gracias a la presencia de Wojtyla y de otros personajes que influyeron con su testimonio de vida santa para que los principios de la fe cristiana destellen más allá de la oscuridad comunista. La espiritualidad de Cracovia sobrevivió gracias a estos personajes pues “la sociedad no fundada sobre la santidad de las personas se derrumba” (p.9). Por tanto, al hablar del amor y su regla, no nos referimos a un conjunto de indicaciones pues “la verdadera regla, más que una serie de normas, es una vida de personas, unidas entre ellas en un camino orientado hacia el destino” (p.15), es decir, hacia la felicidad de la presencia de Dios.

Cabe agregar que la peregrinación hacia la Patria Celeste es un proceso y “la palabra clave del proceso formativo era el amor del cual nace la familia y que se convierte en un camino de santidad por recorrer” (p.18).

Cracovia era defendida en su fe y en su patria atrincherando los esfuerzos sobre el terreno del matrimonio y la familia pues “son los últimos baluartes de la libertad del hombre y de la soberanía nacional. Cuando estos baluartes caen, cae la sociedad de los hombres y cae también la Iglesia” (p.22). Por tanto la atención al matrimonio era una preocupación constante de los pastores y de los laicos, en cuanto sucedía al interno de éste, una comunión particular del hombre con Dios, una invitación especial que cada uno hacía a su propia vida, puesto que “la espiritualidad de los cónyuges es un camino atravesado no solo de a dos, sino incluso de a tres, dado que en el sacramento del matrimonio la pareja de los esposos, está en la relación profunda con la Persona de Dios” (p.36).

Esta profundísima relación revela la responsabilidad pastoral en la formación de matrimonios, para que sean capaces de recibir la gracia con absoluta conciencia y sepan ofrecer abiertamente el don del amor y de la vida. El amor de pareja unido a la voluntad amorosa de Cristo toma la dignidad de sacramento y “en consecuencia, el amor de la pareja, vivido en la cooperación con la gracia sacramental del matrimonio, de la Eucaristía y de la confesión da inicio a una vida nueva, ayuda a tomar las decisiones y a vencer los obstáculos y las dificultades de la vida, siempre en vista del cumplimiento de la llamada de la pareja que pasa por la felicidad del otro, y por la santificación mutua de los cónyuges” (p.38), es decir, Dios resulta el verdadero aliado del amor de pareja, en cuanto se vuelve aliado de cada cónyuge para hacer feliz al otro.

Es Dios quien con su amor constante expresado en su Iglesia, enseña a cada pareja a vivir el amor en la entrega y en el sacrificio a favor del bien del cónyuge, de su felicidad, de su santidad. Dios hace posible que cada expresión amorosa del marido para con su mujer y viceversa, sean una expresión de la vida íntima de cada uno, queriendo participar de la vida íntima de Dios. Por tanto, todo cuanto en la pareja significa una expresión auténtica de su amor, forma también parte del camino de santidad que los esposos han asumido. “En consecuencia, la sexualidad no puede ser vista como una realidad a parte, separada del sentido más profundo del amor esponsal, ya que ella pertenece a la dinámica del camino de santificación de los esposos” (p.44).

Dicho camino a la santidad no puede ser recorrido si la pareja no ejercita espiritualmente su amor. A todo esto “el ejemplo de la pareja Ciesielscy permite observar que para hacer los progresos en el camino de espiritualidad conyugal, hace falta iniciar ofreciendo generosamente al otro el don de la viva presencia” (p.40), motivar el encuentro sacramental con Cristo y continuar creciendo en el amor a través de la contemplación y la oración que sostienen la gracia recibida en el matrimonio, pues “mediante la oración se detenían en el mismo manantial eficaz del amor esponsal que es el misterio grande de Cristo y de la Iglesia, presente y actualizado en el sacramento del matrimonio” (p.49).

Otro elemento fundamental del ambiente de Cracovia fue la presencia sacerdotal constante en la vida de los jóvenes. Muchas personas y parejas de aquella época hablan del papel que los sacerdotes (específicamente en este caso Wojtyla y Pietraszko) tuvieron en sus vidas y en las de sus hijos. Hablando de Wojtyla refieren que “bajo la mirada bien atenta del Tío, con su ayuda espiritual, se aclaraban también las elecciones matrimoniales. El Tío bendecía nuestros matrimonios, acompañándonos después en todos los momentos importantes de la vida.

Administraba el bautismo a nuestros hijos, se acordaba de nuestros aniversarios de bodas y ofrecía la celebración de Misas por estas intenciones. Encontraba siempre el tiempo para encuentros en nuestras casas, considerándolo como un compromiso fundamental” (pp.63-64).

Asimismo refieren que Don Pietraszko proponía como ideal: “amar al otro así como lo ama Dios. Del mismo modo y casi con las mismas palabras explica a los jóvenes el amor entre Dios y el hombre y entre la mujer y el hombre, reafirmando como también aquí el hombre es imagen y semejanza divina. Mostrando a Dios enamorado del hombre enseña a los muchachos y a las muchachas a enamorarse en modo similar” (p.81). De todo esto se concluye que el apoyo espiritual que los jóvenes solteros y las parejas de Cracovia recibían era real, constante y eficaz. Eran verdaderos padres espirituales que buscaban estar siempre presentes en todos los momentos de sus vidas.

Finalmente el libro recoge ejercicios espirituales para jóvenes propuestos por Karol Wojtyla. Este camino parte de la reflexión sobre la oración donde inicia con una pregunta: ¿por qué oras? A la que él mismo nos ayuda a contestar: “Porque sé que hay un Dios, porque busco siempre a Dios” (p.104). Esta búsqueda constante viene siempre motivada por nuestra fe en un Dios en el que creo y en el que quiero creer. A todo esto, “¿Qué significa creer? Creer significa llevar en sí el testimonio de Cristo Jesús. Estas dos vías, la vida del pensamiento que tiende a Dios, y el testimonio de Cristo Jesús, o sea la fe, se encuentran, se compenetran, se entrelazan en nosotros” (p.104). Por tanto, se puede entender claramente que tanto la fe como la razón son dos vías válidas para acercarse a Dios y que se encuentran unidas dentro del hombre como una sola fuerza para llegar a Él.

Este acercamiento se convierte en un encuentro concreto en los sacramentos, específicamente en el mayor de ellos, la Eucaristía, donde recibimos a Dios mismo “e incluso podemos decir que, para empezar, Él me recibe a mí, me permite venir hacia Él, cuando lo recibo” (p.131). Es en este encuentro donde participamos de la misma vida de Cristo.

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