Abstract

La presente entrega forma parte de uno de los libros básicos de entre las principales colecciones editadas por el ahora Instituto Teológico Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia (Roma), impreso en el 2007 y profundamente vigente para los estudios actuales sobre el tema. Esto precisamente porque el autor afirma aunarse a la intención de reflexionar sobre el amor, el matrimonio y la familia desde la base de las dos ramas filosóficas más apeladas en las últimas décadas: la antropología y la ética, revelando así su profundo interés de participar del estilo reflexivo de Juan Pablo II y el Cardenal Angelo Scola, en lo que llamará la antropología del misterio nupcial.

La fecundidad de una tradición

La presente entrega forma parte de uno de los libros básicos de entre las principales colecciones editadas por el ahora Instituto Teológico Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia (Roma), impreso en el 2007 y profundamente vigente para los estudios actuales sobre el tema. Esto precisamente porque el autor afirma aunarse a la intención de reflexionar sobre el amor, el matrimonio y la familia desde la base de las dos ramas filosóficas más apeladas en las últimas décadas: la antropología y la ética, revelando así su profundo interés de participar del estilo reflexivo de Juan Pablo II y el Cardenal Angelo Scola, en lo que llamará la antropología del misterio nupcial.

El autor considera que la contemplación antropológica del amor humano, el matrimonio y la familia es de altísima importancia puesto que “es un camino que afecta e ilumina todo el misterio del hombre y el misterio de Dios” , siendo por tanto de particular valor tanto para la historia de la salvación como para la historia del pensamiento, ya que, además de Juan Pablo II, como señalará el autor, no ha sido fácil encontrar un comprometido esfuerzo en la reflexión de este tema, ni en la cultura dominante ni en la historia de la Iglesia.

En razón a todo lo antes dicho, “el presente texto se concentra en la intrínseca inteligibilidad de la experiencia del amor humano” , significando de este modo, una alternativa de atención a las exigencias de El amor humano resulta un tema interesante para la persona de todas las épocas y circunstancias, de todas las sociedades y culturas, de todas las edades y naciones, ya sea por la innegable presencia en cada uno o por la impresionante presencia frente a nosotros, pero sobretodo porque el amor está relacionado con todo lo humano, implica profundamente todo lo que somos, somos capaces de hacer y en todo cuanto podemos trascender. No resulta, por tanto, posible ni real elaborar una reflexión antropológica sin considerar el amor como tema transversal. Ante esto aparece la siguiente cuestión: es evidente la contundencia del amor para la vida del hombre, pero ¿es posible elaborar una teoría sólida al respecto? ¿Qué puede el hombre conocer, aprender con certeza sobre el amor?

El autor, citando a Juan Pablo II, nos acerca a esta cuestión: “El amor no es cosa que se aprenda y sin embargo no hay nada que sea así de necesario aprender. De joven sacerdote aprendí a amar el amor humano.” Esta afirmación que para muchos pudiese ser contradictoria, abre una doble alternativa de abordaje sobre el tema: por un lado, asegura “la conciencia de la imposibilidad de reducir el amor a cualquier cosa de la cual se pueda elaborar una teoría que sea posible después transmitir y aplicar simplemente” , y por otro, reconoce que el amor no es solo aquello que ocurre, aquello que pasa, aquello que permanece intangible al conocimiento, etéreo e inalcanzable por la reflexión humana, eso tampoco es el amor.

Parafraseando a Juan Pablo II, la propuesta de una verdadera antropología, consistiría en un camino para aprender a amar el amor humano, y esto se fundamenta en lo que escribe en Redemptor Hominis: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente.” A esto cabe agregar la profundización del estudio de todo lo humano como tarea exigente de la teología, al tratarse el hombre del “primer y fundamental camino de la Iglesia”.

Todo esto descubre con mayor claridad la “sensibilidad antropológica de Juan Pablo II”. Esta perspectiva debe, sin embargo, entenderse siempre desde una mirada cristocéntrica, donde el Hijo de Dios se hace hombre por el hombre y a través del misterio expresado en la carne, la encarnación, Dios participa de la misma vida humana para elevarnos a lo divino. Sin esta mirada, en la cual vemos al hombre desde Cristo, podría parecer una propuesta meramente subjetivista.

El amor y su autoevidencia : unidad e historicidad

En esta tercera parte, el autor nos invita a la reflexión sobre el amor desde la comprensión ordenada del eros y el ágape, señalando que el énfasis en el erotismo puede llevar a expresarnos personalmente según la lógica de la posesión, lo cual deshumanizaría la relación, o llevarnos a las frustración en el encuentro del otro , con lo que se concluye que la diferencia sexual originaria no se puede reducir a una inclinación posesiva del otro, sino que significa una fuente de fuerza unitiva completamente original.

Esta misma unidad del amor nos demuestra en primer lugar que “el amor no es el éxito de complejas alquimias que el hombre puede realizar mezclando en varios modos sentimientos, pulsiones, actos y juicios” sino que puede aparecer como evento libre, no manipulable por el hombre, es otras palabras, un auténtico misterio. En segundo lugar nos reitera la ineludible singularidad de cada persona amando, de cada uno de los amores que experimenta en todos los niveles y etapas de su vida, confirmando al final que “el amor sucede como experiencia en la vida de cada uno”.

Otro de los puntos importantes de este capítulo es la intención del autor de reflexionar sobre la historicidad del amor, puesto que solo éste es capaz de proyectar al hombre que vive en el tiempo a la trascendencia, al para siempre, entregando con esperanza su libertad al futuro que todavía no le pertenece, invitando al eros a no cerrarse en el instante estático sino a darle una posibilidad de historia, haciendo posible el ocurrir del ágape y el cumplimiento cristiano del amor humano.

El amor y su historia

Muchas historias de amor muestran, en el desarrollo de su narratividad, todo un compendio de estilos. En el romanticismo, por ejemplo, la muerte ayuda a darle un final dramático a una historia amorosa tan intensa que ni el mismo autor la ve sostenible en el tiempo, menos aun sobreviviendo a la rutina de la vida cotidiana. Otro ejemplo es el estilo fabulesco, donde se cierra la historia con un “felices para siempre”, viéndose el final como algo sin importancia, intrascendente y que no vale la pena indagar o profundizar. En pocas palabras, muchas de las más famosas historias de amor suelen mantener el interés en base al nivel de intensidad de la misma, el cual, por la misma naturaleza de lo intenso, suele ser de poca duración. Una historia de amor cotidiana, una vida amorosa cercana no parece llamar la atención. Estos enfoques románticos del amor tornan la mirada sobre la inicial etapa del enamoramiento, proponiéndola como la única que se puede entender como amor, como interesante, como emocionante.

Esta etapa que en las relaciones cotidianas es en efecto un elemento dinamizador, aparece en los ejemplos anteriores, como lo único importante, como todo el amor, es decir, como si fuera del apasionamiento no hubiese más que decir sobre el amor humano. Esto resulta una reducción peligrosa y un enfoque sesgado de la experiencia amorosa. Si el amor se redujese a la potencia del deseo y el impulso, poca autoridad se tendría desde la reflexión antropológica para hablar de algo que aparentemente acontece fugaz y sin intervención de la voluntad de los sujetos, inalcanzable por el derecho, la Iglesia, la moral o el Estado.

Sin embargo y frente a todo esto, sin negar la imponente presencia del amado en la vida de quien ama como una experiencia autónoma a su voluntad, llega el momento en toda experiencia amorosa donde el amor, que aparece impactante, se propone como una pregunta de continuidad, como una invocación a la decisión libre y firme de quien ama. Es en este momento donde el hombre, frente a la presencia del amado, decide libremente comprometer y entregar todo su ser. Es a través de la promesa que el hombre es capaz de entregar su futuro, eligiendo al otro. Este camino verso la alteridad produce un dinamismo radical que le implica toda la vida, haciendo ver con calma y simplicidad los intensos momentos iniciales y como decisivos los actos del día a día que no detallan las narraciones amorosas.

Esta trascendencia del amor es posible gracias a la promesa a través del rito, donde en efecto los amantes deciden confiar su entrega al otro mediante una promesa que los trasciende a ambos, la promesa ante lo divino. Esto en la Iglesia tiene lugar en el sacramento del matrimonio, donde el hombre que vive en el tiempo decide y desea que su amor participe de la vida eterna.

Ahí donde el amor se abre hacia lo eterno, se abre hacia la continuidad de modo natural. Ese amor que osa vencer el tiempo y permanecer se hace fecundo pues “el hijo, que el intercambio amoroso de los esposos puede generar, contemporáneamente pertenece a ellos y se presenta en su insuperable alteridad de tercero”, siendo en pocas palabras el inicio de una nueva experiencia de amor donde el amado aparece como un impactante don frente a quiénes lo aman, sus padres, y quienes viven el amor intensamente, no solo en el momento del primer encuentro, sino en el cotidiano constante frente a la vida y crecimiento de su hijo.

Referencias

Juan Pablo II (1994). Varcare la sogliadellasperanza. Roma: Editalia

Juan Pablo II. (1979). Redemptor Hominis. Lima: Salesiana

Marengo, G. (2007). Amo perché amo, amo per amare. L’evidenza e il compito. Siena: Cantagalli

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