Resumen

Cuando una sociedad permite que uno o varios de sus miembros sean expulsados de la red humana por su condición de portadores de VIH, todos sufrimos un empobrecimiento moral. Frente a esta fractura ética, es importante reflexionar como enfermería despliega sus competencias más nobles: defiende la esencia de la persona no solo con discursos elocuentes, sino con gestos concretos y cotidianos desde el hogar, pasando por los servicios hospitalarios hasta cada espacio donde la dignidad está en riesgo. Esta misión es un imperativo de justicia y de honestidad intelectual. Sin embargo, la restauración de la humanidad no recae únicamente en el cuidado profesional. Requiere también una valentía ética colectiva, con gestión transparente que garantice derechos, protejan la confidencialidad y sancionen la discriminación. Solo así podrán reconstruirse los anhelos que el estigma intentó enterrar y abrirse caminos para que cada persona sea reconocida en su verdad más profunda: su dignidad irreductible.

Cuando la persona recibe el resultado de laboratorio que le confirma ser portadora de VIH, su biografía médica cambia, se despliega una segunda crisis —la social— que horada su dignidad, Y la historia vuelve a repetirse develando con crudeza, las fracturas morales de una sociedad.

Más allá del virus, la persona percibe un derrumbe silencioso, acompañado de una triple vulnerabilidad: Biológica, afectiva, y laboral que, entrelazados, erosionan la dignidad señalizada por el estigma y la discriminación.

Desde la perspectiva antropológica de Polo1, la persona no constituye solo una sumatoria de características observables, posee esencia que remite al “acto de ser personal, a una interioridad que hace irreductible a cada sujeto y funda su dignidad inalienable”. Nos recuerda a demás que la persona es acto de ser, por tanto, cualquier política o práctica que niegue su reconocimiento incurre en una ofensa ontológica, no solo en una injusticia social.

Asimismo, frente a este derrumbe silencioso, emerge un actor presente desde la historia como sostén de lo humano, incluso cuando alrededor se ha deshecho: enfermería. A diferencia de quienes retroceden ante el estigma2, las enfermeras y enfermeros movilizan su capacidad terapéutica por llamado y formación para permanecer, acompañar y reintegrar la dignidad allí donde ha sido negada. Desde el neonato vulnerable hasta la muerte de quien solo tiene a la enfermera (o) como única compañía. Enfermería registra, comprende y cuida no solo cuerpos, sino biografías y esperanzas.

Esta actuación se conecta con la las afirmaciones de Cerdá3, el cuidado abarca un acto de valentía moral. No se limita a técnicas o procedimientos, sino que exige coraje para enfrentar prejuicios, sensibilidad para sostener el abandono y firmeza ética para defender a quien ha sido reducido a un estigma. Enfermería personifica ese tipo de valentía: la que no se anuncia, pero transforma; la que no busca reconocimiento, pero repara

Esa reparación encierra acciones concretas tales como restituir la dignidad mediante el trato respetuoso, cálido y libre de prejuicios2. Acompañar el proceso emocional, validando miedos, duelos, silencios, y rupturas familiares. Educar con claridad para desmitificar creencias dañinas que perpetúan el estigma4. Proteger la confidencialidad, clave para la seguridad emocional y social de la persona. Defender derechos, especialmente cuando las instituciones laborales o sociales reproducen discriminación. Promover adherencia terapéutica desde la empatía, no desde la imposición. Mantener presencia humana, incluso cuando la familia o los hijos se han retirado.

La triple vulnerabilidad hiere, pero el cuidado enfermero restaura. Donde otros abandonan enfermería permanece. Donde otros temen, enfermería acompaña. Donde otros juzgan, enfermería escucha. Y ese gesto cotidiano, en turnos diurnos y nocturnos es lo que finalmente permite que la persona recupere su condición más profunda: saberse valiosa, única e irreductible.

La persona portadora de VIH persigue la superación, por ello sus sueños no desaparecen por el diagnóstico; desaparecen cuando el entorno deja de mirarla como persona, enfermería devuelve esa mirada. y al hacerlo no solo salva vidas, salva dignidades.

Una sociedad decente no se mide por la ausencia de problemas, sino por la calidad del cuidado que brinda a quienes han sido heridos. De la mano de la filosofía de Polo1 y la ética para valientes de Cerdá3, enfermería demuestra que aún en el escenario más adverso es posible reintegra la humanidad. Puesto que la dignidad, una vez quebrada, ante una triple vulnerabilidad no puede ser el destino, pero desde el cuidado, la presencia y la valentía puede ser levantada para que la persona tenga el reconocimiento, respeto, ser mirada con verdad y no como un riesgo.

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