Abstract

The Sacred Scripture presents us with the book of Genesis, the key to understand the relationship between man and nature. However, the original sin comes to alter this original relationship and establish a situation of domination. It will be Jesus Christ, in his voluntary surrender, who will come to restore all things and make them new. The Church, in part of its magisterium, has been in charge of promulgating this idea and already, in recent papacies, this need has been accentuated.

Thus, John Paul II points out that current materialism and consumerism is evidence of man's relationship of domination over creation, this opposes the spirit of care and consequently causes destruction.

Benedict XVI indicates that the appreciation and care of nature has a moral and ethical component, therefore it is limited to criteria of human excellence. He points out the need for technological progress to protect man and his natural environment in order to achieve a more efficient development. Also calls for ecological conversion.

 Lastly, Francisco is committed to an integral ecology that includes man and society because the issue of pollution not only affects the planet, he thus speaks of the need to promote a new ecological culture that manifests itself in a change of lifestyle that include spirituality, as it will help to forge more humane and ecological models of life.

Palabras clave: Casa Común; Encíclica; Ecología; Magisterio; Iglesia.

Abstract

The Sacred Scripture presents us with the book of Genesis, the key to understand the relationship between man and nature. However, the original sin comes to alter this original relationship and establish a situation of domination. It will be Jesus Christ, in his voluntary surrender, who will come to restore all things and make them new. The Church, in part of its magisterium, has been in charge of promulgating this idea and already, in recent papacies, this need has been accentuated.

Thus, John Paul II points out that current materialism and consumerism is evidence of man's relationship of domination over creation, this opposes the spirit of care and consequently causes destruction.

Benedict XVI indicates that the appreciation and care of nature has a moral and ethical component, therefore it is limited to criteria of human excellence. He points out the need for technological progress to protect man and his natural environment in order to achieve a more efficient development. Also calls for ecological conversion.

Lastly, Francisco is committed to an integral ecology that includes man and society because the issue of pollution not only affects the planet, he thus speaks of the need to promote a new ecological culture that manifests itself in a change of lifestyle that include spirituality, as it will help to forge more humane and ecological models of life.

Keywords: Common Home; Encyclical; Ecology; Magisterium; Church

Introducción

El presente artículo se sitúa en el contexto del magisterio de la Iglesia en torno al cuidado de la casa común, sobre todo en los últimos años. No obstante, va más allá, pues intenta dialogar con las corrientes más sensibles y actuales de la ecología y del cuidado del planeta en la actualidad. Sin duda, la presente generación ha madurado en conciencia ecológica ante los graves males que acechan a nuestra casa común, y la Iglesia ha sido desde siempre una voz autorizada en numerosos temas y, especialmente, en el que nos ocupa en este artículo. No obstante, parece no conocerse en profundidad lo indicado por la Iglesia al respecto y, de forma especial, lo dicho por el papa Francisco y que ha sido aplaudido unánimemente por grandes líderes mundiales.

El presente estudio se ciñe al análisis de algunos de los textos más significativos que la Iglesia ha publicado en los tres últimos papados. Desde esta perspectiva, podemos comprender cómo se ha ido gestando el cuidado del planeta en parte del magisterio eclesial y cómo ha derivado todo él en una encíclica tan importante como Laudato Si´. El objetivo general de este trabajo es visibilizar la doctrina eclesial de los últimos años respecto a cuestiones ecológicas y mostrar cómo el concepto de ecología es mucho más profundo, amplio y rico que el que se usa en otros ámbitos. Sería deseable que lo que emana del pensamiento cristiano llegara a ser conocido, pues en la actualidad se dan planteamientos que no parecen la mejor solución para un problema de connotaciones ecológicas, antropológicas y éticas. A estos saberes, les podría enriquecer sobremanera el saber teológico-bíblico, pues algunas corrientes ecológicas del presente no parecen enfocar bien la cuestión y se quedan cortas. Por ello se privilegia desde el seno de la Iglesia el ecologismo basado en la persona:

La mentalidad tecnocrática veía al hombre fuera y sobre la naturaleza y la deepecology, reducido a la misma, el ecologismo personalista ve al hombre dentro de la naturaleza, dependiendo del resto de los seres, pero al mismo tiempo dotado de una propia excelencia. Excelente, pero dentro de la naturaleza... Las bases del ecologismo personalista se contienen en los primeros versículos del Génesis, en los que se habla de que el hombre fue creado de la tierra al insuflarle Dios el aliento de vida, lo que lleva a la comprensión del hombre como cuerpo animado... El hombre fue creado por Dios del humus, pero lo dotó de un pensamiento capaz de cuidar lo real, y de hacerlo crecer y fructificar por el bien de la naturaleza y del propio hombre. (Ballesteros, 1995, p. 35)

Esta corriente antropológico-personalista, iniciada por el monoteísmo de raíz judeocristiana, es la vía que parece más adecuada para expresar este planteamiento ecológico del que se hace referencia. Aun así, la Iglesia habla al mundo en general y no queda sujeta a ningún tipo de ideología ni de doctrina humana, pero sigue dialogando con todos aquellos que quieran escuchar sus enseñanzas por bien de la humanidad y en este caso se hace necesario fundamentar valores ecológicos dado el menoscabo de nuestro entorno natural.

1. El tema ecológico en sus orígenes bíblicos y consecuencias teológicas de la ruptura con el medio

La Iglesia siempre ha tenido en cuenta en su magisterio la cuestión por el medioambiente y el respeto por la creación, pero cuando llega al papado el cardenal Jorge Mario Bergoglio (2013), esta temática tomó un gran impulso. Por ello, el estudio sistemático realizado es más teológico al inicio y se vuelve más pastoral a raíz de la encíclica Laudato Si’ (2015). Desde el inicio de la revelación bíblica, la Iglesia ha seguido el imperativo veterotestamentario del libro del Génesis que gira en torno a la atención de la naturaleza como dádiva divina confiada al ser humano y puesta a su cuidado: y Dios dejó al hombre en el jardín del Edén, para que lo cultive y lo cuide (Biblia Latinoamericana, 2004).

Así desde prismas poco rigurosos:

se ha acusado al cristianismo de fomentar una actitud agresiva contra la naturaleza. Esta interpretación no es del todo acertada, ya que el pensamiento cristiano ha considerado siempre al hombre como administrador de la creación, no como dueño de la misma. (Udías, 2010, p. 388)

Esta máxima ha adecuado la verdad revelada al quehacer del hombre en su relación con la creación a lo largo del tiempo. De este modo al indicar que Dios aprueba lo que ha creado, hace referencia a la criatura y su valor. En consecuencia, el mal que existe no proviene de la creación (Ponce, 1997). En el relato bíblico del Génesis aparece también la ruptura del hombre con Dios y con todo lo creado, con ello, se manifiesta de forma clara la enemistad del hombre con Dios y consigo mismo. De esta ruptura se pasa de la desavenencia con la creación a una todavía más dura relación de sometimiento que se ejerce sobre ella:

Los efectos destructivos del pecado son expresados en la condena de Dios. Todas las miserias de la condición humana son consecuencia de ese pecado. El relato se cierra con la expulsión del paraíso. El ser humano se encuentra ahora con una naturaleza inhóspita. (Lorda, 2009, p. 38)

De este modo, “la bella armonía [con la creación] que parecía perfilarse se pierde por completo” (Benedicto XVI, 2011, p. 123). Pero el ser humano no está llamado en su vocación originaria a una relación de discordia con su entorno, pues dotado de razón está convocado a subvertir esta oposición y transformarla desde la gracia. De hecho, “la palabra ecumene significa propiamente la tierra convertida como lugar habitable y habitado, por contraposición a un territorio hostil” (Torralba, 2011, p. 138).

En el Nuevo Testamento, Jesús de Nazaret viene a restablecer la relación rota por parte de la humanidad con la creación entera y con Dios, pero desde una perspectiva redentora, dado que la ruptura de esta armonía tiene como origen el pecado original que, Jesucristo en su libérrima entrega en la Cruz, restaurará como manifestación del Reino de Dios. Por ello se dice que “la doctrina del pecado original presupone una metafísica de la creación” (Spaemann, 2010, p. 170). Será el libro del Apocalipsis el que nos desvela esta nueva relación a modo de plenitud de los tiempos o pléroma humano, como anuncia San Juan, el vidente de la isla de Patmos, en su escrito: posteriormente “vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron” (Biblia Latinoamaricana, 2004, Apocalipsis 21:1). De alguna manera, se anuncia un modelo futuro que, atravesado todo él por el rescate de Cristo, surgirá como tipo de una nueva creación, donde no tenga sitio la devastación del medio natural, dado que también el ser humano será liberado del pecado que le ata y de una visión egoísta sobre la naturaleza. Esta relación de dominio todavía no posee en este periodo histórico una carga de devastación del medio, pero es simbólica, en tanto que el ser humano se cree dominador de un espacio que le ha sido confiado para su mejora y no para su propio beneficio. En este instante ya ha madurado la idea de “la revelación de un Dios Creador que hace un mundo por amor y que es Padre en Jesucristo de todos los hombres” (Ponce, 1997, p. 47).

2. Juan Pablo II y Benedicto XVI sobre el cuidado de la creación

Juan Pablo II, señala que la naturaleza no ha de ser objeto de conquista, pues este planteamiento conduce a la pobreza extrema a numerosos países que eran ricos en materias primas y que ahora son expoliados. Se trata de una idea magisterial que tendrá eco en la sociología moderna, al indicar que “la globalización de capitales no ha resultado una globalización de la dignidad” (Pérez Adán, 2019, p. 60). En este sentido, se observa cómo el magisterio de la Iglesia va conformándose a las necesidades que se vislumbran del cuidado del planeta y que se refieren a las agresiones que sufre la creación por parte del hombre y no tanto a una concepción escatológica de los tiempos venideros, sino muy del aquí y del ahora, pero sin renunciar a la idea de que el hombre sin Dios se vuelve muchas veces en contra de lo creado.

Los postulados de una sociedad postmoderna han conducido a disociar naturaleza de Dios:

la dignidad del libre control racional sólo parece genuina una vez liberada de la sumisión a Dios; la bondad de la naturaleza, y nuestra inserción sin reservas en ella, parecía requerir su independencia y la negación de toda vocación divina. (Taylor, 2006, p. 433)

Por el contrario, en el magisterio eclesial se intenta rescatar este vínculo de Dios con la naturaleza, el cual no ha de entenderse desde la clave del sometimiento o endiosamiento del hombre respecto de la misma, sino de una justa cooperación (Aznar, 2020), amén del cuidado que el ser humano está obligado a ejercer como depositario y corresponsable del medio que le ha sido confiado:

Es preocupante, junto con el problema del consumismo y vinculado con él, la cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. En la raíz de la insensata destrucción del ambiente natural hay un error antropológico, por desgracia muy difundido en nuestro tiempo. El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de «crear» el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él. (Juan Pablo II, 1991, párr.123)

La naturaleza no puede ser de ninguna manera un instrumento despótico en las manos del hombre y los recursos no son inagotables, por lo que el ser humano debe de ejercer un dominio solidario que piense también en los más pobres y en las generaciones futuras. La creación no ha de entenderse como un espacio de conquista ni de explotación o agotamiento de los recursos que caen en manos de los países más ricos, pues “ciudadanos de países ricos movidos por un consumismo compulsivo compran productos baratos sin saber que esa compra está facilitada por la explotación de mano de obra esclava” (Pérez Adán, 2022, p. 67). Cualquier visión egoísta o utilitarista del medioambiente ha de ser rechazada desde el pensamiento cristiano y no cabe en el proyecto divino, pues quien sale perjudicado es el propio ser humano; sin caer en el error de absolutizar o divinizar tanto la naturaleza que se sitúe por encima del creador o del mismo hombre.

Esta idea viene siendo subrayada desde algunas tribunas hace alguna década, donde se defiende la idea de que la naturaleza humana no difiere en nada del resto de seres vivientes y que el hombre ha usurpado el orden natural al ser el depredador más feroz, incluso se culpa de ello a la religión judeocristiana:

Parten de un panteísmo de signo spinosiano que desacraliza la naturaleza, conectando con el budismo y el taoísmo, y culpan al pensamiento monoteísta de dualismo y de expolio de la naturaleza. Sheppard considera que el monoteísmo ha roto los lazos sagrados del hombre con la tierra y ha conducido al capitalismo, fascismo e imperialismo, al establecer una jerarquía entre el hombre y la tierra. (Ballesteros, 1995, p. 24)

Por todo ello, Benedicto XVI (2009) desarrolló la idea de protección y cuidado sobre el medioambiente que emana de la misma raíz bíblica y desmiente cualquier idea de domino o destrucción, concretamente en la encíclica Caritas in veritate. Señala que el desarrollo tecnológico y el deber por el cuidado y protección de la naturaleza, han de estar unidos y no puede prevalecer el primero sobre el segundo; es decir, lo meramente económico sobre la salud social. Este concepto de salud social es importante que se entienda dentro del necesario equilibrio entre ecología y mercado, que nos remite a “la mayor o menor adecuación de una sociedad a criterios morales de excelencia” (Aznar, 2019, p. 287). La perspectiva tecnocrática ha de ser revisada, como indicó el papa Benedicto XVI y como señaló también el filósofo y sacerdote español Artigas (2006), al manifestar que no todo lo técnicamente posible es éticamente admisible:

El problema consiste principalmente en que el progreso científico, con sus aplicaciones tecnológicas, pone en nuestras manos unas capacidades cada vez mayores de interferir con el desarrollo de la naturaleza e incluso de la vida humana en sus aspectos más personales. (p. 186)

Desde esta perspectiva antropológico-tecnocrática “interesan las personas en cuanto pueden ser compradores y las riquezas naturales en cuanto pueden ser utilizadas como recursos” (Ballesteros, 1995, p. 18). La visión sobre la naturaleza que propone la Iglesia es la de una mirada al servicio de lo humano y de su entorno y no la manipulación de esta dádiva divina.

De forma clara, lo indica Benedicto XVI (2009) que el “uso [de la naturaleza] representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad” (párr. 79). De hecho, la fe permite comprender el verdadero sentido del espacio natural en correspondencia con la vida humana en una relación de cercanía e interdependencia mutua: “El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades —materiales e inmateriales— respetando el equilibrio inherente a la creación misma” (Benedicto XVI, 2009, párr. 79). Los verbos que se extraen de la traducción del libro de Génesis: custodiarla y cuidarla, en referencia a la naturaleza, son las acciones que han de guiar al hombre en su justa relación con el medio y evitar así cualquier divinización de la naturaleza en forma de neopaganismo, pero a su vez, evitar también cualquier instrumentalización de la misma, que son los dos peligros o visiones alternativas a la cristiana que acabamos de esgrimir.

Esta tentación es recurrente en la historia de la humanidad, sustituir al creador por lo creado: “en la medida en que los hombres, llevados por la autosuficiencia, convertimos en absoluto lo que no lo es e identificamos lo trascendente con lo que solo es un medio de su presencia” (Garrido, 2005, p. 83). La fe cristiana es de enorme ayuda para adquirir el requisito de complementariedad y justa correspondencia entre el medio y el hombre como guardián de la misma, pues “desde el punto de vista cristiano, todo cuanto nos rodea es obra de la acción creadora de Dios y, por tanto, no podemos utilizarlo ni destruirlo a nuestro antojo” (Udías, 2010, p. 421). Sin duda alguna, uno de los graves problemas que como sociedad tiene que afrontarse en el presente y de forma inmediata es el de comprender cuáles son “los límites del crecimiento económico” (Giner, 2010, p. 367), para que este sea lo más racional y justo posible. Por lo que:

los proyectos para un desarrollo humano integral no pueden ignorar a las generaciones sucesivas, sino que han de caracterizarse por la solidaridad y la justicia intergeneracional, teniendo en cuenta múltiples aspectos, como el ecológico, el jurídico, el económico, el político y el cultural. (Benedicto XVI, 2009, párr. 80)

Benedicto XVI (2009) alerta de que el desequilibrio entre los países más pobres y los países ricos está precisamente en “el acaparamiento por parte de algunos estados, grupos de poder y empresas de recursos energéticos no renovables” (párr. 81). De modo que los recursos que se hallan en los países pobres son explotados por los más ricos y los grupos de dominio. Además, nos hace caer en la cuenta de la necesidad de prevenir cualquier valoración neomalthusiana que pretenda limitar la natalidad, pues señala que “en nuestra tierra hay lugar para todos: en ella toda la familia humana debe encontrar los recursos necesarios para vivir dignamente, con la ayuda de la naturaleza misma” (Benedicto XVI, 2009, párr. 83). Así pues, incide en la obligación que la presente generación posee en legar la herencia recibida “a las nuevas generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola” (Benedicto XVI, 2009, párr. 83), pero esto no será posible sin una acción conjunta de la comunidad internacional y de cada gobierno para que tengan una mirada solícita hacia las regiones más castigadas del planeta.

Nuestro actual modo de vida está indisociablemente unido a la cuestión del medioambiente, pues:

El hombre... influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa. Esto exige que la sociedad actual revise seriamente su estilo de vida que, en muchas partes del mundo, tiende al hedonismo y al consumismo, despreocupándose de los daños que de ello se derivan. (Benedicto XVI, 2009, párr. 84)

Por todo ello, la mentalidad dominante ha de cambiar para que realmente cambien las políticas y el cuidado hacia la creación. No en vano, el componente moral está directamente relacionado con el ecológico y no se pueden abstraer el uno del otro. Por esta misma razón la ecología está directamente relacionada con el hombre y posee una callada misión de “proteger al [propio] hombre contra la destrucción de sí mismo” (Benedicto XVI, 2009, párr. 84). 

Para el magisterio eclesial la relación hombre-naturaleza posee una enorme relevancia. No en vano, la naturaleza, en palabras del apóstol Pablo, es expresión de un proyecto de amor y de verdad(Biblia Latinoamericana, 2004) a través del cual nos habla el Creador. A partir de esta teológica visión, añadió Benedicto XVI (2009) en su encíclica Caritas in veritate, que la naturaleza se debe de entender en inferior jerarquía al ser humano, pero que igualmente ha de ser protegida y respetada como proyecto divino. Por lo que sería urgente que “la comunidad internacional asuma el deber imprescindible de encontrar los modos institucionales para ordenar el aprovechamiento de los recursos no renovables, con la participación también de los países pobres, y planificar así conjuntamente el futuro” (Benedicto XVI, 2009, párr. 81). De forma que utiliza la significativa expresión en su magisterio de la necesidad a nivel planetario de una renovada solidaridad. Lo que falta al mundo presente es aquello que ha indicado recientemente el papa Francisco, en relación con lo dicho en su momento por Benedicto XVI, al decir que lo que necesitamos como sociedad es una globalización de la solidaridad.

3. El papa Francisco y la Laudato Si’

Desde la publicación de la encíclica Laudato Si’, han sido abundantes los comentarios acerca de los contenidos de este documento tanto en ámbitos eclesiales como en universitarios y entre los mismos grupos ecologistas. La mayoría de ellos han sido muy positivos e incluso, grupos gubernamentales de todos los signos, han alabado el proceder del santo padre en una cuestión de tan honda preocupación para el mundo actual. De hecho, “desde hace varias décadas, se están dando en la cultura contemporánea diversos movimientos dedicados a concienciar a la sociedad sobre los problemas del medioambiente” (Escudero, 2015, p. 161), pero sin lograr el éxito y los acuerdos esperados. El papa se propone ir más lejos de lo que una simple mirada ecológica podría suponer y para ello habla de la necesidad de forjar una nueva cultura ecológica que realmente cale entre aquellos que toman decisiones y que llegue a la sociedad misma. La encíclica Laudato Si’ sin lugar a dudas, a juicio del obispo auxiliar de la diócesis de Valencia en España, “merece entrar con todos los honores a formar parte del magisterio social de la Iglesia” (Escudero, 2015, p. 163) y da respuestas y soluciones a los problemas más acuciantes de nuestro tiempo. Como a su vez indican algunos expertos, “la religión implica también actitudes del hombre frente a la naturaleza” (Udías, 2010, p. 385). Lo deja patente en uno de sus puntos centrales el papa Francisco (2015) al señalar que no se trata de parchear la realidad sino de cambiarla en sus bases:

La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático. (párr. 111)

La nueva mirada ecológica de la que nos habla el Papa no se ciñe exclusivamente a lo medioambiental y a toda su problemática, sino que intenta acometer todas las situaciones que atacan al mundo y al hombre de forma sistémica (Escudero, 2015). Todo está íntimamente relacionado y la ecología, o se trata de forma integral o siempre quedará incompleta, pues en ella se han de incluir “las dimensiones humanas y sociales” (Francisco, 2015, párr. 137). La espiritualidad será un pilar fundamental sobre la que asentar esta nueva mirada ecológica para que se tenga en cuenta a la vez la relación del ser humano con el conjunto de lo creado y, a la vez, con su creador. Por ello, queda plasmado en sus páginas la necesidad de “dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea” (Francisco, 2015, párr. 225).

Sin una mirada espiritual no se podrá vivir el regalo de la creación como un don y prevalecerá la mirada superficial y de beneficio personal. Lamentablemente, indica un pensador de nuestro siglo, que “la conciencia moderna está dominada por el poder de las ciencias... y falta captar las conexiones funcionales para poner la naturaleza a disposición de nuestras posibilidades de intervenir en ella como si Dios no existiera” (Spaemann, 2010, p.170). Para superar este desencuentro es necesario tener una mirada sobre el entorno como el mismo Jesús mostraba y no como si la creación no tuviera otro dueño que el poder humano:

Jesús enseñaba esta actitud cuando invitaba a mirar los lirios del campo y las aves del cielo, o cuando, ante la presencia de un hombre inquieto... Él sí que estaba plenamente presente ante cada ser humano y ante cada criatura, y así mostró un camino para superar la ansiedad enfermiza que nos vuelve superficiales, agresivos y consumistas desenfrenados. (Francisco, 2015, párr. 226)

Se trata de una encíclica inspirada en el Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís que mira con suma bondad a la tierra (la casa común), y recuerda también que el hombre es parte y elemento del mismo planeta en simbiosis con la creación entera: “De ella recibimos la vida, el aliento y el agua que nos vivifica” (Francisco, 2015, párr. 2). Lamentablemente, esta tierra está siendo saqueada y maltratada por aquel que estaba encargado de cuidarla y protegerla, al parecer se da una fatídica división entre “el hombre y el resto de la naturaleza” (Udías, 2010, p. 389). Serán estos hechos los que movieron al papa Benedicto XVI, a clamar con una expresión llena de carga espiritual referida al medio natural y en busca de la necesidad de una conversión ecológica, a modo de conversión religiosa, pero hacia la naturaleza, para que esta nos lleve también a Dios. Esta expresión ya fue referida en un primer instante por Juan Pablo II que indicó en su momento la necesidad de cambiar de ruta en referencia a nuestra relación errónea con la naturaleza basada en el sometimiento. Idea que ha recogido el actual papa Francisco con la necesaria globalización de la solidaridad que conduzca a que unos pueblos se sientan responsables de otros.

Francisco (2015) sigue esperanzado en este cambio pues se intuyen algunas sinergias positivas en tal sentido y nos señala que todavía se está a tiempo en la construcción de esta casa común. Sigue creyendo en la fuerza de la humanidad para regenerarse a sí misma. No se trata de un texto desesperanzado y de nostalgia dirigido únicamente al mundo de la fe, sino que pretende establecer un diálogo con todos los hombres de buena voluntad para que juntos se abran caminos de esperanza. Sin duda alguna se trata de la encíclica con mayor apertura interconfesional de las que la Iglesia haya escrito a lo largo de su historia. Todo lo que en ella se dice podría ser suscrito ampliamente por numerosos sectores y grupos de la sociedad y de distintas culturas o creencias. En este sentido, también “las religiones orientales, con su identificación entre el mundo y la divinidad, ven en la naturaleza una manifestación de Dios” (Udías, 2010, p. 386). Desde el inicio del texto se deja constancia de su intención de apertura e inclusión de todos aquellos que deseen sentarse a esta mesa y aportar todo lo bueno que se haya dicho desde otros sectores. Es más, alienta a la comunidad científica en su empeño y esfuerzo por mejorar las condiciones de vida de los seres humanos, cuestión que también puede ser enriquecida por el amplio bagaje del pensamiento de la Iglesia en toda su larga tradición, pues lejos de ser un problema meramente técnico lo es también moral y espiritual.

Por todo ello dejará claro a modo de denuncia Francisco (2020) que velar por el entorno natural que nos rodea es proteger a la persona. Sin embargo, este cuidado pasa inadvertido por los poderes económicos que buscan un rédito inmediato. De este modo apela a la conciencia de todo ser humano para revertir una situación que se torna angustiosa en referencia a los más necesitados. En consecuencia, se observa la sensibilidad por situar en su justo punto los verdaderos problemas ecológicos que no son sino humanos. Para solucionar dichas cuestiones es necesario generar una conciencia colectiva de fraternidad y de solidaridad por el necesitado y de cuidado de nuestro planeta. El tema ecológico no es una cuestión exterior del ser humano, sino que sus posibles soluciones se hallan en lo más íntimo del corazón.

Conclusiones

La creación en su conjunto siempre ha sido tenida por el magisterio de la Iglesia como un regalo de Dios para que el ser humano lo habitara y gobernara con justicia. Estas acciones derivadas del libro del Génesis, conjugarán los quehaceres que más se ajustan al mandato divino y que el hombre y la mujer deberían aplicar sobre la naturaleza. No obstante, este equilibrio inicial se vio sacudido por la entrada en el mundo del «pecado original» que rompe la ecuación de armonía original del hombre con el medio natural, consigo mismo y con su creador. Se trata de un desequilibrio que cambia la ponderación primera en una relación de sometimiento y de dominio sobre la creación. La Iglesia realizó desde el inicio de los tiempos una lectura teológica de todo este acontecimiento y, la solución también se ajusta a esta perspectiva, pues será Jesucristo el que con su entrega en la Cruz devuelva la humanidad la justicia originaria a la que fue llamada. Aun así, hasta que este tiempo histórico no concluya y llegue la plenitud al final o Reino de Dios, se vive aún de manera imperfecta y de ahí las disfunciones que presenta el mundo presente.

En este sentido, Juan Pablo II subrayó una idea muy importante y que será seguida por los papas posteriores; a saber, las «estructuras de pecado» se han instalado en el poder y se orilla el cuidado mutuo y la fraternidad universal. A esto se une una creciente secularización que esconde a Dios y ensalza el poder del hombre sobre todo lo creado, muchas veces este se ejerce desde una acción de dominio que destruye lo creado. Una prueba evidente de ello es el materialismo y el consumismo, que son lo contrario de la visión trascendente de lo creado y del espíritu de cuidado y protección.

Benedicto XVI señaló en la encíclica Caritas in veritate que este desarrollo tecnológico ha de ir en sintonía con la protección de la naturaleza y del hombre para ser verdaderamente eficaz. La misma fe cristiana invita a comprender la creación como un don y no como una posesión. No en vano, el mundo material no nos pertenece y hemos de legarlo en condiciones óptimas a las futuras generaciones y ha de ser compartido en el presente con los habitantes de los cuatro puntos cardinales. La ecología no es únicamente de orden material, pues posee un claro competente moral y ético, por lo que la valoración de la misma no debe circunscribirse a aspectos meramente técnicos sino a criterios de excelencia humana. Por ello, señaló que lo que el mundo necesita una renovada conversión ecológica, con la carga simbólica que esta expresión posee para el mundo de la fe.

El papa Francisco, por su parte, escribió la encíclica Laudato si’ en el año 2015 y contribuyó de forma decisiva a la búsqueda de soluciones medioambientales. Se trata de un texto muy bien acogido por amplios sectores de la sociedad, pero el Papa va más allá de lo que se haya dicho en referencia a la problemática ecológica, pues habla de la necesidad de entrar en una «nueva cultura ecológica» y no repetir las posibles soluciones de siempre. El cambio ha de ir dirigido a los fundamentos y empapar un nuevo estilo de vida que la sociedad reproduce acríticamente. La ecología ha de ser integral y ha de completar al hombre y a la sociedad, no se trata de una cuestión periférica que afecte solo al planeta, sino que también perturba nuestras vidas. Para conseguir este reto el papa propone un estilo de vida que ahonde en la espiritualidad, pues será una ayuda inestimable para forjar modelos de vida más humanos y, con ello, más ecológicos.

Referencias

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