Resumen
El artículo tiene como objetivo mostrar que la Universidad, en su identidad y misión, tiene un esencial componente femenino, desconocido o negado, que es necesario potenciar. “Femenino” y “mujer” no significan lo mismo. “Por “feminizar” no vamos a entender el intentar superar en número las mujeres a los hombres, sino impregnar de “genio femenino” la Universidad, es decir, de una racionalidad amplia, abierta a la persona y a lo humano en su integridad, la propia de una universidad humanista, debilitada por el predominio de una razón instrumental y reduccionista, más masculina. Lo femenino y lo masculino, como modos de ser complementarios, deben complementarse en la Universidad. Es necesario profundizar en una “antropología dual”, única capaz de explicar lo humano y, por ende, lo universitario. Este artículo pretende solamente llamar la atención sobre la necesidad de feminizar, en el sentido expuesto, el hacer universitario, para evitar el peligro de la especialización y deshumanización de los saberes.
Palabras claves:Universidad, Femenino, Masculino, Complementariedad, Mujer
Abstract
The article aims to show that the University, in its identity and mission, has an essential feminine component, unknown or denied, that needs to be enhanced. "Feminine" and "woman" do not mean the same thing. The idea "to feminize" does not mean that numerically speaking there are more women than men, but rather that the university is impregnated with a "feminine genius", that is to say, with a broad rationality, open to the person and to the human in its integrity, which is characteristic of a humanist university, weakened by the predominance of a more masculine instrumental and reductionist reason. The feminine and the masculine, as complementary ways of being, must complement each other in the University. It is necessary to deepen a "dual anthropology", the only one capable of explaining the human and, therefore, the university. This article intends only to call attention to the need to feminize, in the above sense, the university work, in order to avoid the danger of specialization and dehumanization of knowledge.
Keywords:University, Feminine, Masculine, Complementarity, Woman
Introducción
La Universidad, en su identidad y misión, es, “de modo especial”, femenina, según eso, hay que feminizar la universidad, pues, en general, no está cumpliendo su identidad y misión, por adecuarse más a una racionalidad predominantemente masculina.
Feminizar la universidad no consiste en el predominio de las mujeres sobre los varones, sino en potenciar una racionalidad amplia, en la que el genio femenino tenga un papel de fundamentación y armonización.
Como lo humano es la complementariedad varón-mujer, la Universidad, que esencialmente debe ser “humanista”, debe realizar esta complementariedad.
La Universidad tiene, “de un modo especial”, identidad femenina, cosa chocante, porque ha sido un campo vedado para la mujer prácticamente hasta el siglo XX. Hablar de “identidad femenina” sería provocativo y reduccionista, por eso decimos que la tiene “de un modo especial”; el otro modo, “especial”, es el masculino. Hay dos tipos de “genios” el masculino y el femenino y hay hombres y mujeres que intentan vivir según él, otros que no y otros que niegan que haya tal “genio” o identidad. “La humanidad es a dos”, dice la conocida feminista de la diferencia, Luce Irigaray. Antes Edith Stein había defendido la “especificidad” y complementariedad de los dos sexos.
Pues bien, en esta ocasión vamos a reflexionar sobre lo femenino de la universidad. Sería bueno, y cada vez más necesario, que alguien acometiera la tarea de reflexionar sobre lo masculino, pues creemos que no se ha reflexionado sobre ello, a pesar de haber sido el hombre hasta el siglo XX el único sujeto del mundo académico. Insinuaremos, simplemente, algunas ideas que brotan del análisis de los conceptos “femenino” y “universidad”, ideas que permiten atisbar muchos puntos de coincidencia.
Advertiremos, al hilo de lo anterior, del peligro de la tendencia de la Universidad a abandonar el humanismo, sometiéndose a criterios de mercado y sustituyendo la búsqueda de la verdad y del sentido por la eficacia, la técnica y el poder, es decir, masculinizándose en exceso. De ahí la necesidad de una “feminización” que le lleve a atender más a la persona que a las cosas y armonice los saberes en un horizonte de sentido.
Ya advertimos de la complementariedad necesaria, única que explica lo real. No queremos hacer ideología de ningún signo, pero, didácticamente, hay que distinguir y escoger. Lo “masculino” ha sido y es muy potenciado, pero también confundido e incluso, últimamente, a la vez que potenciado, denigrado; lo “femenino”, por lo general, ha sido relegado, confundido, potenciado y hasta negado, también ahora, por un mal llamado “feminismo”, que reniega de la esencia de “lo femenino”. La clave está en qué entendemos por “femenino” y “masculino”.
Pues bien, si “educar” es alimentar, desarrollar, guiar, conducir (según su etimología: educare y educere) todas las potencialidades de la persona, no se puede excluir ni a la mitad de las personas -como se ha hecho hasta el siglo XX en la Universidad- ni el rico potencial que define a esta mitad -como se está haciendo ahora- y que es parte constitutiva de toda la humanidad y, por ello, de la Universidad, cuyo fin es la búsqueda de la verdad y la integración armónica de los saberes, como lo es lo humano (hombre y mujer). La integración de amor y verdad se llama “sabiduría”. He ahí lo femenino. Amor y verdad, para ser verdaderos, deben ser eficaces (Francisco 2020, 180). He ahí lo masculino. Por eso la importancia de la técnica. Theoria, praxis, poiesis: he ahí la Universitas en su doble componente, femenino y masculino.
“Universidad”, “educación”, “verdad”, “sabiduría”, son nombres femeninos. La Universidad tiene una identidad y misión: buscar, gestar, engendrar, gustar, alimentar y derramar la verdad, y ponerla al servicio de la persona. Esto es misión de la razón, pero la razón humana tiene dos componentes, masculino y femenino. Dado que lo masculino es lo que se ha potenciado desde la modernidad (“saber es poder”) es preciso potenciar lo femenino, que, además, por su especial atención a la persona, es básico y transversal.
La Universidad es femenina, de un modo especial
Vamos a analizar los conceptos de “Universidad” y “femenina”, para ver que casan, “de un modo especial”.
“Dios confía el ser humano de modo especial a la mujer dijo Juan Pablo II en 1988, en Mulieris dignitatem (n° 30). A los 25 años de esta Exhortación, en octubre de 2013, tuvo lugar un Seminario de estudio en Roma, llamado así: “Dios confía el ser humano de modo especial a la mujer. Livio Melina, Presidente entonces del Instituto Pontificio Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia, afirmó en su intervención: “la cuestion de la mujer es una cuestion central para el destino de la humanidad”.
Si “Dios confía el ser humano de modo especial a la mujer”, Dios le confía, de modo especial la Universidad. Porque la Universidad es ámbito privilegiado de humanización; “alma de la civilización”, la llamaba Guardini (2012), porque es donde se forman sus dirigentes. Y si la Universidad tiene como misión orientar a la humanidad hacia su destino (Newman, J.H. 2014, Guardini, R. 2012, Jiménez, L. 2017, Benedicto XVI 2008 y 2011), se sigue que la cuestión de la mujer es una cuestión central en la Universidad.
Pero, ¿la misión de la Universidad es ésa, orientar a la humanidad hacia su destino? ¿No es enseñar lo específico de cada carrera para dar el consiguiente título y permitir ejercer profesiones e investigar según las necesidades que señale el Mercado? Obviamente, no. La inteligencia no puede someterse a la razón instrumental, sería el fin de la humanidad. Entonces defendemos la condición femenina de la Universidad si quiere ser fiel a su identidad y misión.
Hay modos de pensar y de obrar peculiares de ambos sexos, pero ambos están en cada hombre y en cada mujer (Jung decía que el hombre también tiene anima y la mujer, animus), pues ambos tenemos dos cerebros, izquierdo (predominante en el varón) y derecho (predominante en la mujer), con sus funciones específicas pero comunicándose entre sí (López Moratalla 2007, Brizendine, L. 2006, Rubia, F.J. 2007). La neurociencia ha venido a confirmar lo que, por otra parte, está a la vista, las diferencias biológicas, pero también las afinidades y la plasticidad del cerebro humano por la educación. La biología expresa corporalmente el fundamento: una “antropología dual”, según el pensamiento de Edith Stein (Ales Bello, A. 2019) Lo humano se compone de ambos (Stein, E. 2006; Aparisi, A., 2002; Castilla, B, 2004), y ambos es preciso conocer y desarrollar, pues hombre y mujer, nacen y se hacen.
Lo masculino es, como su símbolo, una flecha: dirigida sobre todo al exterior; es acción, fuerza, autonomía, unidireccionalidad, abstracción, especialización, poder. La flecha del símbolo representa al dios Marte, dios de la guerra. Las carreras STEM son su fuerte.
Lo femenino se dirige al interior, al espíritu; es intuición más que abstracción, inteligencia emocional, más concreta, pero a la vez, holística, armónica y creativa; volcada también fuera de sí, pero no al mundo de las cosas sino de las personas, dispuesta a dar y a darse, a engendrar vida. Su símbolo, una cruz hundida en tierra, significa la fertilidad y representa a la diosa Venus. La mujer, por ello, es más empática, comunicativa, afectiva y sensible; es “multitareas”, capaz de realizar varias cosas a la vez, de integrar, armonizar, solidarizar (Amaya, J. 2017), (Gray, J 2010). La mujer representa la “ética del cuidado”, distinta y complementaria con la “ética de la justicia”, masculina (Gilligam, 1982, Alonso, R & Fombuena, J, 2006). Su fuerte: las Humanidades, la Educación, la Salud, todo aquello que se refiera a las relaciones interpersonales, a la Asistencia social. Pero sin afirmar un determinismo excluyente, pues la inteligencia es individual, todos tenemos un poco de todo y la educación y la libertad pueden cambiar muchas cosas. Hablamos de tendencias en general que tienen base en la naturaleza, pero luego se van configurando con la educación, las circunstancias y, sobre todo, la libertad. No hay determinismos en lo humano y es muy difícil distinguir donde termina la naturaleza y empieza lo cultural.
Como nos detenemos en la mujer, vamos a hablar de lo específico femenino (Stein, E., 2006), su “genio” (Juan Pablo II, 1988), que es la maternidad, biológica y espiritual, sobre todo espiritual. En el concepto “maternidad” incluimos la entrega, el don de sí, el cuidado del otro, la empatía, la tendencia a unir, a formar familia, a crear armonía y paz, belleza, el cultivo de detalles y lo holístico a la vez. Es este un tema muy amplio, del cual solo queremos insinuar algunas ideas que nos permiten conectar el genio femenino con la esencia de la Universidad.
El modo masculino de obrar y de saber es estupendo, necesario, imprescindible para que haya ciencia, técnica, Universidad; es, decía E. Stein, unidireccionalidad, dirección hacia y concentración en un aspecto. Todo ello muy necesario. Pero, absolutizado, desvirtuado y convertido en paradigma, ha conducido a una sociedad neoliberal, tecnocrática, del mercado, del poder, competitiva, que va a lo suyo y no mira alrededor, no siente a los demás, sino las cosas. La Universidad se ha plegado a este modelo de razón y de comportamiento -líquido e impositivo a la vez-, porque se ha plegado a las instancias del poder, económico, principalmente. Esto destruye la Universidad como tal y la convierte en empresa. Estas palabras de Benedicto XVI nos parecen clarificadoras, fueron dirigidas a profesores universitarios en el contexto de la JMJ Madrid, 2011:
A veces se piensa que la misión de un profesor universitario sea hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento. También se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica. Ciertamente, cunde en la actualidad esa visión utilitarista de la educación, también la universitaria, difundida especialmente desde ámbitos extrauniversitarios. Sin embargo, vosotros que habéis vivido como yo la Universidad, y que la vivís ahora como docentes, sentís sin duda el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las dimensiones que constituyen al hombre. Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano.
En efecto, la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana… La Universidad encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse ni por ideologías cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica utilitarista de simple mercado, que ve al hombre como mero consumidor. (Benedicto XVI, 2011).
Ya Husserl, en 1933, tras la Primera guerra mundial y en puertas de la Segunda, denunciaba la “crisis de las ciencias europeas” (1954) sometidas al relativismo y positivismo reinantes, que, en el campo de las ciencias humanas reduce la verdad a puntos de vista cambiantes y en el campo de las ciencias experimentales, monopoliza y reduce la razón, menospreciando las cuestiones relativas al sentido de la vida, a la persona y su dignidad, a los valores espirituales y a la ética.
Las ciencias europeas, nacidas en el seno la Grecia clásica, a partir del logos y del telos, que dieron lugar, con Platón a la Academia, y, con Aristóteles, al Liceo, preludios de las universidades, desarrolladas luego en las mismas universidades surgidas en el Edad Media al abrigo de los monasterios, fomentadas por la armonía fe-razón; las ciencias europeas, independizadas posteriormente en la Modernidad, fueron adoptando una razón estrecha, separada de sus orígenes: de la fe, del logos y del telos y llegaron a un positivismo reduccionista, negador del sentido y, por ello, del hombre, porque pone como única meta el “hacer” y el “poder” (“Saber es poder” es el lema de la Modernidad), al que somete a la persona. De hecho, a principios de siglo, en la Alemania nazi, muchos intelectuales se plegaron al poder.
Otros reaccionaron denunciando esta razón irracional: la corriente fenomenológica, existencialista y personalista, sobre todo. Pero a los veinte años de la Segunda Guerra mundial, los intereses burgueses habían vuelto a dominar la sociedad y la universidad. Ahora bien, los jóvenes sentían asfixia en esa universidad positivista y tecnocrática, ajena a cuestiones de sentido. Y su impulso fue canalizado por ideologías revolucionarias. Estalló la revolución universitaria del 68, con “la imaginación al poder” y la revolución sexual. Los deseos últimos e íntimos no supieron interpretarse bien; tampoco el genio femenino. Simone de Beauvoir lideró la lucha de las mujeres, y, luchando contra la masculinización de la sociedad, adoptó el ideal masculino. Pensó que la mujer se hacía mujer cuando abandonaba el hogar, protagonizaba la vida pública y alcanzaba el poder, al estilo masculino, un modo reducido de masculinidad, por otra parte.
Se perturbó, entonces, el modo de ser femenino, o más bien, se le negó. Comienzan los feminismos antiesencialistas: “No se nace mujer, se llega a ser” -el conocido dicho de De Beauvoir-, se elige, se decide. No hay una naturaleza femenina. Defender “lo femenino”, como si fuera una esencia, es el arma del que se vale el Patriarcado para mantener los roles de: “la mujer en casa” y “el varón, fuera”. Total: la culpa la tiene la maternidad y la familia, que -siguiendo a Engels-, fue la primera estructura opresiva de poder capitalista.
Se perturbó el modo de ser masculino, ya perturbado desde el pecado original. Porque la masculinidad no es violencia, competitividad, activismo y poder sin entraña, pero puede llegarse a ello cuando no se le complementa con el principio femenino. Pero si la mujer, negando este principio, imita al varón, peor. Y entonces surgió la dialéctica entre lo femenino y lo masculino, desvirtuados. No en vano Sartre y Beauvoir se adhirieron al marxismo. Todo había de interpretarse en términos de poder y de lucha por él. Había que empoderar a la mujer frente al enemigo.
Los universitarios se adhirieron a estas proclamas. En el fondo, detrás del rechazo al poder, persistía la lógica del mismo, solo había que arrebatarla a quienes la tenían.
De otro modo, hoy seguimos igual, pero más. El Neoliberalismo postmoderno que, en medio de un maremágnum de ideas vive del poder del Mercado, necesita agentes activos fuera de casa, que hagan cosas. No le basta al capitalismo haber arrebatado al varón del hogar relegando a él a la mujer, en faenas que “no son trabajo”, “ni tienen importancia”, como el cuidado de los hijos; ahora necesita el trabajo y la sumisión de los dos. La familia debe someterse a la ley del “descarte” y consumo, necesario para la sociedad del “bienestar”.
Esta forma de pensar domina también a la Universidad, sometiéndola al poder del Mercado, sutil, pero muy poderoso; crece el peligro de la masculinización del saber y del obrar, y ello a pesar del creciente aumento de la presencia de mujeres en la Universidad, quizá por el dominio de un feminismo hegemónico y poco femenino, cuya obsesión es el “empoderamiento”.
Le importa ahora a la Universidad la técnica, la competitividad, el crear carreras, aplicar métodos, evaluaciones y sistemas que el Mercado exija. Las cuestiones de sentido, trascendencia, ética; la antropología, la teología, la metafísica se desprecian, no dan dinero. La Universidad muchas veces no es una comunidad sino una entidad regida por no se sabe quién, en el seno de la cual hay luchas de poder por adquirir rangos. Los conocimientos son descartables, como la sociedad líquida que los genera; importa solo la rapidez y la eficacia, y la Universidad acepta los contenidos, metodología y evaluación que se le impone, para construir profesionales exigidos por el mercado. No es eso lo que tiene que ser la Universidad, en primer lugar, ella misma, autónoma (Benedicto XVI. 2008), solo así puede ser humanista.
Una universidad humanista, como lo humano, integra ambos principios, masculino y femenino, pero éste, de un modo especial. Escuchemos a Miguel de Unamuno, filósofo agnóstico, pero con aguda sensibilidad para lo importante. Escribe en su Diario íntimo (1897)
“He llegado hasta el ateísmo intelectual, hasta imaginar un mundo sin Dios, pero creo que siempre conservé una profunda fe en la Virgen María. En momentos de apuro se me escapa maquinalmente del pecho esta exclamación: ‘María, Madre de misericordia, favoréceme’ (…) María es de todos los misterios, el más dulce. La mujer es la base de la tradición en la sociedad, es la calma en la agitación, el reposo en las luchas. La Virgen es la sencillez, la madre de la ternura. De mujer nació el hombre Dios, de la calma de la humanidad, de su sencillez (…) Sedes sapientiae y no scientiae; así, asiento de la sabiduría. Pasan imperios, teorías, doctrinas, mundos enteros y quedan en pie la eterna calma, la eterna virginidad y la eterna maternidad, el misterio de la pureza y el misterio de la fecundidad”. (sp).
Sedes sapientiae, pero también -corregimos a Unamuno-, y por ello, sedes scientiae. La sabiduría tiene que integrar y fundamentar ciencia y técnica. Esto es el quid de la identidad y misión de la Universidad, que debe ser humanista.
Olmos y Velderrain (2004) considera estos principios definitorios de la universidad humanista: la persona humana, la verdad, la libertad, la conciencia del otro, la dignidad de la ciencia, la educación como partera de espíritus, la apreciación del arte, la belleza y la palabra; la idea del bien y del amor, la coherencia de la vida.
Pues bien, ¿se han dado cuenta que todos ellos son nombres femeninos?
Promocionar a la persona, educarla, darla a luz… mediante la verdad, la belleza, la palabra, el bien y el amor. El maestro engendra espiritualmente. Educar y engendrar son parientes. Recordemos la mayeútica socrática.
Luego la Universidad es espacio de alumbramiento, espacio de maternidad -y paternidad, pues es necesario el concurso de los dos-. Pero ahora hablamos de la maternidad.
La maternidad es lo propio “femenino” según Juan Pablo II. Siguiéndole, el papa Francisco, en el Seminario de estudio celebrado en Roma en octubre de 2013 conmemorando los 25 años de la Mulierisdignitatem, decía:
“Muchas cosas pueden cambiar y han cambiado en la evolución cultural y social, pero es siempre la mujer la que concibe, lleva en su seno y da a luz a los hijos de los hombres. Y esto no es sencillamente un hecho biológico, sino que comporta una riqueza de implicaciones, sea para la mujer, en su forma de ser, como para sus relaciones, en su forma de considerar la vida humana y la vida en general. ‘Llamando a la mujer a la maternidad, Dios le ha confiado de forma especial al ser humano (MD, 30) (Francisco, 2013).
Este es su “genio”. La RAE define “genio” de dos maneras: “Carácter, mal carácter” y “Capacidad mental extraordinaria para crear algo nuevo”.
Algunas feministas, desde De Beauvoir, parece que se han quedado con lo de “mal carácter”, con la lucha -De Beauvoir parece preferir “el sexo que mata” al “sexo que engendra”-; pero otras, siguiendo a Edith Stein y Juan Pablo II, y a otras recientes, filósofas y feministas de la complementariedad (Aparisi, 2002), prefieren lo segundo: “capacidad de crear…”. ¿Crear qué? ¿Cosas o humanidad…? ¿Qué vale más?
La “maternidad”, decía el Papa Francisco en aquella ocasión, “no es sencillamente un hecho biológico”. Considerado así, tendría razón Simone de Beauvoir cuando criticaba la etiqueta simplista de la mujer como “matriz”. Lo femenino no es solo una matriz biológica -que ya por sí es impresionante misterio-, es la maternidad: dar a luz, dar vida, biológica o espiritual. Su “genio” no es para ella, es para la humanidad. Como la Universidad.
Pues bien, y de esta raíz de la maternidad, ¿qué dones brotan para la humanidad?
Promoción de la vida, de la paz, de la armonía, acogida, comprensión, ternura, fortaleza, don de sí, fidelidad, compasión, ecología, cuidado, sabiduría, promoción, educación… Dones que brotan de Dios y que todos, hombres y mujeres, debemos reflejar, de modo diferente, pero que se manifiestan, de un “modo especial” en la mujer, constituyendo su “genio”, capaz de dejar un legado duradero, sostenible, en la humanidad.
¿Podemos decir hoy, después de Goleman, Gardner y tras tantas críticas a la razón instrumental, que la racionalidad no está presente en estas dimensiones femeninas?
Tenemos argumentos para apelar a una razón amplia, como pedía Husserl y los intelectuales personalistas, la “razón amplia” de Benedicto XVI y del Papa Francisco, quien en su última encíclica de Doctrina social, Fratellitutti, dice:
“Lo que nos ocurre hoy, y nos arrastra en una lógica perversa y vacía, es que hay una asimilación de la ética y de la política a la física. No existen el bien y el mal en sí, sino solamente un cálculo de ventajas y desventajas. El desplazamiento de la razón moral trae como consecuencia que el Derecho no puede referirse a una concepción fundamental de justicia, sino que se convierte en el espejo de las ideas dominantes. Entramos aquí en una degradación: ir “nivelando hacia abajo” por medio de un consenso superficial y negociador. Así, en definitiva, la lógica de la fuerza triunfa” (Francisco, 2020, n° 210).
Una inteligencia amplia, integradora, holística, que armoniza lo racional y lo afectivo, las distintas culturas y formas de ser, que abraza la naturaleza, el espíritu, la técnica y el arte, que trabaja por la paz… es femenina.
La armonía es femenina, lo masculino es unidireccionalidad (Stein, 2006). Pues bien, esa armonía entre la inteligencia y el corazón se llama “sabiduría”, nombre femenino. Se trata de saber saboreando, amando.
En la historia, el varón se ha ocupado del “dominio”, del hacer, de la “cultura”, de la guerra; la mujer de la procreación, del hogar, de la persona. Esta división rígida y restrictiva de libertades en lo que ha habido de injusticia no se debe a la Iglesia, al plan de Dios, a la naturaleza del hombre y mujer, sino al pecado original y al afán de dinero y poder, en definitiva. A ambos, varón y mujer, Dios mandó procrear y dominar la tierra, a ambos, “compañía adecuada” (Genesis, 1,18) uno del otro, haciendo la humanidad, cada uno a su modo. Ambos en el hogar, ambos en el hogar social, ambos en el hogar de la cultura, de la política, que son también hogares. Ambos en la Universidad, que es hogar.
Sí, fijémonos sin ir más lejos, en el logo de la Universidad USAT, parece un hogar con techo abovedado:
Representa la sabiduría (la palmera), la perfección (círculos concéntricos) y ello, como el techo de un hogar cobijando a la comunidad universitaria (USAT).
Parece que la USAT ha comprendido bien el principio femenino de la Universidad. Quizá, por ello, es, entre las universidades, una de las que más mujeres tiene, no solo entre alumnos y docentes, sino entre las autoridades, sin que este sea, como decíamos, el objetivo a conseguir, por encima de todo. De competitividad, nada.
Fijémonos ahora en el lenguaje. Cierto que el género de los términos es convencional -no así el sexo-, pero puede haber en el inconsciente colectivo alguna razón que incline a clasificarlos en un género u otro:
Universidad: sustantivo femenino. Del latín Universitas. Ayuntamiento de saberes y de discípulos y profesores, formando un cuerpo, un organismo.
Universitas. Uni = unidad, integración; tiene la misma raíz que “uni-versal”. Pensemos en la necesidad de la interdisciplinariedad, la comunión de saberes frente a la barbarie de la especialización inconexa (que criticaba Ortega y Gasset). Es decir, armonía, propia de lo femenino.
Y de nuevo reparamos en palabras recientes del Papa Francisco en Fratellitutti:
Hoy existe la convicción de que, además de los desarrollos científicos especializados, es necesaria la comunicación entre disciplinas, puesto que la realidad es una, aunque pueda ser abordada desde distintas perspectivas y con diferentes metodologías. No se debe soslayar el riesgo de que un avance científico sea considerado el único abordaje posible para comprender algún aspecto de la vida, de la sociedad y del mundo. En cambio, un investigador que avanza con eficiencia en su análisis, e igualmente está dispuesto a reconocer otras dimensiones de la realidad que él investiga, gracias al trabajo de otras ciencias y saberes, se abre a conocer la realidad de manera más íntegra y plena. (Francisco, 2020. n° 204).
Toda armonía gira en torno a un principio clave, donador de sentido, que solo nos puede dar la filosofía y la teología (Newman, 2014; Guardini, 2012). Si no sabemos qué es la verdad, el ser, el hombre, su dignidad, su sentido, su trascendencia, ¿para qué queremos formar técnicos o burócratas? Recordemos los intelectuales alemanes nazis.
Universitas tiene también otra raíz: “versus”, de “vertere”, verter. El conocimiento, o se vierte hacia los demás o no sirve para nada. La Universidad tiene una misión solidaria. El genio femenino consiste en esta mayor sensibilidad hacia el otro, en la relacionalidad, frente al individualismo. Sin duda la mujer es más relacional que el varón, de ahí su mayor conciencia de la responsabilidad social, parte esencial de la Universidad.
Para ejercer esta misión, la Universidad debe buscar la verdad, investigar, humildemente; admirarse gozosamente, contemplar para luego poder construir. La admiración gozosa es más femenina que masculina. Sobre la teoría se asienta la práctica, inseparables.
“Verdad”, sustantivo femenino. Del latín, “veritas”. Era el nombre propio de la diosa de la verdad en la mitología romana, hija de Saturno, dios del tiempo, y madre de la virtud (Virtus), término también femenino. En griego se dice aletheia, de donde viene Alicia: sin velos.
“Sabiduría”, sustantivo femenino. Del latín, “sapere”= saber, pero también, saborear. Según la RAE: es el “grado más alto del conocimiento” y “conocimiento profundo en ciencias, letras o artes”.
Para ejercer su misión, la Universidad debe educar.
“Educación”: Sustantivo femenino. Del latín educare (alimentar) o educere (dar a luz). ¿Qué hay de más femenino?
A la Universidad se le llama “alma mater”
“Alma mater”: “madre nutricia” del saber y de la virtud. No puede estar más claro.
“Universidad”, “sabiduría”, “verdad”, virtud, “educación”, “alma mater” son expresiones femeninas.
¿Feminización de la Universidad?
Hay feministas que proponen una “feminización de la Universidad” (Valpuesta Fernández, M.R. 2012. Cap. III). Bien entendida esta “feminización”, nos acercaría al ideal que hemos defendido, a la identidad y misión de la Universidad.
Pero hay que entender bien esta feminización. Dijimos al principio que “femenino” y “mujer” no son sinónimos, pues el principio femenino, como el masculino, está en hombres y mujeres. No se trata de que la Universidad sea regida por mujeres a toda costa -caeríamos en lo que criticamos-, se trata de aportar el componente que le falta, sin el cual la Universidad y la humanidad quedan cojas, pues la sociedad será lo que sea la Universidad.
Es necesario potenciar y proteger el humanismo: las cuestiones de sentido, la primacía de la persona y su dignidad, la ética, la solidaridad con la sociedad y especialmente los más débiles, la educación en las virtudes, el matrimonio y la familia, la solidaridad, no la competitividad. Hacer de la Universidad una familia. Impregnar a la Universidad de todo eso, que forma parte de su esencia, es impregnarle el componente femenino.
Claro está que la presencia de mujeres hará más fácil la realización del genio femenino. Pero si son “mujeres” femeninas. Podría haber mujeres “empoderadas” más masculinas (en el mal sentido) que los varones.
Paradójicamente, la mujer, que realiza de modo especial este genio femenino, no ha accedido a la Universidad hasta finales del siglo XIX, y con muchas dificultades, hasta mediados del XX. Y solo tras haberlo luchado mucho (Campos Arenas, 2012, Palermo, A. 2013). Se pensaba, según un concepto masculino de razón, que la mujer no tenía capacidad. Pero aquellas primeras mujeres demostraron su “genio”, demostraron que no eran tontas ni débiles, y que les guiaba, más que el afán de poder, la pasión por la verdad y el deseo de mejorar la humanidad. No en vano fue el sector de la salud y la enseñanza en el que prioritariamente destacaron. Ya entendemos, después de conocer el “genio femenino”, porqué.
Estados Unidos, nación pionera en libertades políticas, admitió a la mujer en la Universidad en la década de 1830; siguió Europa y, a fines, del XIX, América Latina. Perú, no admitió a la mujer a los estudios universitarios hasta 1875, siendo María Trinidad Enrique la primera en ingresar en la facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Cusco. Laura Esther Rodríguez Dulanto fue la primera médica peruana (1900). Le siguen Eudoxia Pauta, Herminia Gonzales, Valeria Von Westernhagen Rumann, Leopoldina Gaviño Matía, Esther Festini de Ramos Ocampo (primera Doctora en Letras, 1904), María Elvira Rodríguez Lorente, la pedagoga María Luisa Molinares de Reátegui, etc. (Campos Arenas, A. 2012). Merecen ser recordadas por sus nombres propios. Van ganando a pulso, como ocurre en todos los países, el derecho de la mujer a la Universidad.
A partir de la segunda mitad del XX el ingreso de las mujeres se hace progresivo hasta ser hoy mitad y mitad con respecto a los varones, más o menos. En determinadas carreras, como las de la salud y enseñanza la presencia femenina es mayoritaria; en otras, ingenierías, por ejemplo, minoritaria. ¿Preocupante? La mujer sabe que, si quiere, puede. Ha demostrado no ser tonta. De hecho, recientes estudios de la OCDE demuestran que las chicas aventajan cada vez más a los varones en los estudios, de Secundaria y universitarios, también en las ciencias (Pisa In Focus 2012), (NatureCommunications 2019). Pero, paradójicamente, los países más adelantados en el tema de igualdad de género, como los países nórdicos y Estados Unidos, son aquellos que tienen menos mujeres en el campo de la ingeniería. Es lo que la revista PsycologicalScience (2018) llama la “Paradoja de la igualdad”. ¿Cuál es la razón? Sencillamente, que prefieren dedicarse a otras cosas.
No hay, pues, porqué pedir privilegios ni forzar las cosas. La mujer se siente a sus anchas en profesiones donde prima el contacto con el otro, el cuidado, la escucha, la promoción.
Por tanto, ¿feminizar la universidad es conseguir a toda costa aumentar el número de mujeres en las carreras técnicas? No. Que, por el hecho de ser mujer, no se le discrimine en ningún campo, si demuestra, en igualdad de condiciones, valer, eso sí, claro está, pero conseguirlo “a martillazos”, con privilegios sobre el varón, como si por ella misma no pudiera, no. No al victimismo. Como decía Edith Stein (2006), cualquier trabajo puede ser ejercido por una mujer. Si puede, puede. Pero debe hacerlo “a lo femenino”, con ese genio maternal, que es entrega, armonía, comprensión, cuidado, servicio a la sociedad y a los más débiles.
La presencia femenina en la Universidad desciende en los órganos directivos. Menos del 10% de rectoras y menos del 20% de vicerrectoras. Usat es de las que cuenta con más directivos mujeres que varones. Pero el objetivo, la misión de la Universidad, no es ese, sino buscar la verdad, hacer el bien, y ambos potenciar a la sociedad, ayudando mutuamente la mujer al varón, el varón a la mujer y todos, unidos, complementándose. No estamos compitiendo.
Si no se le permite a la mujer acceder a esos puestos por ser mujer, denunciémoslo. Pero si decide libremente, a causa de su condición de madre y ama de casa, no dedicarse a tiempo completo a la Universidad, no acceder a un cargo directivo, ¿hay que obligarle a “empoderarse”? Eso decía Simone de Beauvoir. En una entrevista Betty Friedam, líder feminista estadounidense, defensora de un feminismo radical y afín a Beauvoir, le preguntó una vez a esta si se les debía permitir a las mujeres quedarse en casa cuidando a su esposo e hijos: De Beauvoir contestó: “No se les debería permitir. Habría demasiadas mujeres que optaran por ello”. De Beauvoir, por cierto, como existencialista que es, defiende una libertad absoluta… (Beauvoir, S. y Friedam, B. 1975).
¿Qué es más acorde a la dignidad humana y a la mujer, ser madre y cuidar a sus hijos -personas- o ejercer cargos directivos? Supuesto esto, ¿a la mujer, por estar igualmente capacitada para ejercerlos que el varón, se le debe impedir hacerlo, cuando libremente opte a ellos, en pleno ejercicio de su responsabilidad? Porque la maternidad se ejerce, y de muy alta manera, también, en el ejercicio de la autoridad, en cargos directivos, en la política. El papa Juan Pablo II y Francisco lo han puesto de relieve. Autoridad -nombre femenino- significa “hacer crecer” (del latín augeo). Ambos, mujer y varón, deben, conjuntamente, promover, hacer crecer. Es preciso no identificar autoridad con “poder” en el mal sentido de la palabra.
Conclusiones
- La Universidad, su identidad y misión, consiste en buscar la verdad y difundirla prodigando el bien en la sociedad, como “alma de la civilización que es” (Guardini). No solo buscar y difundir verdades particulares, sino la Verdad última, integradora y dadora de sentido (Cf. Jiménez, L, 2017). La Universidad es, en primer lugar, integración, de saberes y de personas, un organismo vivo llamado a dar vida. De ahí la implicación Bioética de la Universidad. Dar vida biológica y espiritual, ayudando en todos los campos de la cultura.
- Da la vida la universidad, como madre que es. Alma mater, se la llama. Y la da con el servicio a la verdad, teórica y práctica. Educadora, nutricia, madre, creativa, eso es la Universidad, sacando la nueva vida del hontanar de la tradición, que transmite y proyectándola hacia el futuro. Su genio consiste en dejar un legado a la sociedad, enriquecer al mundo, como el fermento. La Universidad, más que centro fabricador de títulos, es un lugar para sembrar la verdad, alimentarse de ella, crecer y alimentar, y ello, como surge la vida siempre, sin hacer ruido.
- Esta misión de la Universidad casa muy bien con el ideal femenino. De hecho, los términos de “Universidad”, “sabiduría”, “educación”, “alma mater”, “verdad”, son femeninos. Ello no quiere decir que la Universidad sea femenina, porque la humanidad, y, con ella, la Universidad no se entiende sin el otro principio, el masculino, dada la antropología dual. La vida, que está llamada a dar la Universidad y a proteger y fomentar, no es posible sin el concurso del varón. Ahora bien, sí decimos que lo femenino contribuye a esa identidad y misión de un “modo especial”, del mismo modo que decía Juan Pablo II que “Dios confía el ser humano de modo especial a la mujer” (MD, 30). ¿Cuál es ese modo especial? La maternidad, sin duda, que es su genio, en el caso de la Universidad, la maternidad espiritual.
- En estos momentos urge especialmente “feminizar” la universidad, pero en su recto sentido:
- Feminizar la Universidad no es llenarla de mujeres, a costa de los hombres, ni potenciar artificialmente su acceso a carreras técnicas o puestos directivos; es decir, en cierto modo, obligarla, a ella y a la sociedad, a realizar unos roles impuestos desde fuera. Feminizar la Universidad no coincide exactamente con “visibilizar” a la mujer. Es bueno ver lo que muchas mujeres han hecho y están haciendo, pero es preciso comprender la gran labor de tantas mujeres anónimas que han dado vida en silencio. Es preciso reconocer la gran labor de la mujer en la familia, como esposa y madre. Es el fundamento de la sociedad.
- Y, en este sentido, urge feminizarla por el peligro, ya real, de convertirse la Universidad en esclava del Mercado y, por ello, de la idolatría del hacer, de la eficacia, del poder; por el peligro de la desintegración de saberes, especializados pero sin armonía ni sentido; con el consiguiente peligro de una técnica sin alma, sin ética, potencialmente destructora de lo humano.
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